El Club Azur no era para todos.
Ubicado en los sótanos de un hotel cinco estrellas en el centro de la ciudad, la entrada requería más que una membresía exclusiva,exigía discreción, reputación y obediencia. Allí, las reglas del mundo exterior se disolvían entre terciopelo negro, luces tenues y gemidos contenidos.
Elena no había vuelto desde hacía semanas, necesitaba respirar, dejar que la pintura y el eco de una caricia la confundieran lo menos posible. Pero esa noche llevaba su máscara.
No literal, la verdadera.
Vestía un corset rojo sangre que delineaba su figura como un esculpido de fuego. Altas botas de charol negro hasta el muslo, látigo en mano, cabello suelto cayendo como cascada oscura por su espalda. Era el tipo de mujer que transformaba miradas en súplicas y ella lo sabía.
—Ama Elena —dijo un guardia en la entrada, bajando la mirada mientras abría la puerta principal.
Ella cruzó el umbral como si pisara su propio reino.
Los pasillos eran largos, curvos, decorados con arte gót