Elena pensó mucho antes de tomar la decisión de ir al estudio de David.
El estudio estaba ubicado en una vieja fábrica reacondicionada, una de esas construcciones industriales con techos altos, vigas de hierro y ventanales amplios que dejaban entrar la luz como una invasión. No había carteles, ni timbre, ni nombre en la puerta, solo una dirección.
Elena llegó un lunes por la tarde, vestida con un vestido negro de tirantes, y lencería de encaje.
Iba sin maquillaje, el cabello recogido en un moño bajo. No iba a permitir que ese chico le diera órdenes.
La puerta se abrió antes de que pudiera tocar.
—Puntual —dijo David, con una media sonrisa, como si no esperara otra cosa.
—Detesto hacer esperar —respondió ella, cruzando el umbral sin permiso.
Dentro, el lugar era un caos controlado, lienzos a medio terminar, pinceles por todas partes, olor a óleo y café fuerte. Música instrumental sonando desde un tocadisco antiguo. Una única lámpara de pie proyectaba una luz dorada sobre el caballete