—Jugaremos con mis reglas —dijo Elena, su voz afilada como seda estirada al límite.
David la observó en silencio, había algo en su postura, algo felino, como si se preparara para atacar, o para huir. Finalmente, tras un breve silencio que pareció estirarse como una cuerda tensa entre ambos, respondió.—Acepto.----
—Entonces serás mi sumiso —afirmó ella, con una sonrisa mínima que no llegaba a sus ojos.
David ladeó el rostro apenas, evaluando, midiendo.—¿Jugaremos acá?---
Elena negó con un gesto lento, controlado.—No. Lo haremos en mi terreno, hoy tendrás una pequeña muestra y si estás dispuesto a seguir después de eso, entonces si, verás de qué soy capaz.---
David no preguntó más.
Ella recogió el látigo, lo guardó en una caja de cuero, lo cerró con llave y se marchó sin mirar atrás. David la siguió, no por obediencia, por elección y eso, para Elena, era lo más seductor de todo.
David llevaba su camisa mal puesta apenas abrochado los botones, subió al auto de Elena, ella condujo hasta s