CAPÍTULO 50: EL PRECIO DE LA VERDAD
Eden
El aire me duele al entrar. Arde como si estuviera hecho de fuego líquido, como si ya no supiera cómo respirar. Mis piernas apenas responden, y sin embargo avanzo. Dmitry sigue mirándome como si el mundo no se acabara de desmoronar frente a sus pies, como si no hubiera hecho lo que hizo, como si lo que acabo de ver no fuera suficiente para partirme en mil pedazos.
—¡¿Quién eres?! —le grito, la voz me sale quebrada, llena de rabia—. ¿Quién demonios eres, Dmitry?
Él da un paso hacia mí, pero retrocedo. No quiero que me toque.
—Eden...
—¡No digas mi nombre! ¡No tienes derecho! —le grito, empujándolo con todas mis fuerzas. No se mueve ni un centímetro, es como una maldita estatua de hielo—. ¡Contéstame! ¡Exijo saber la verdad!
Sus ojos no tiemblan, no se desvían. Me observa con ese rostro marmóreo que tanto odié y que tanto amo a partes iguales, pero no dice nada. Cobarde.
—¿Qué es lo que haces, ah? ¿A cuántos más mataste? ¿Qué clase de monstruo er