Eden
Después del desastre de la ducha y mi humillante encuentro con Freezer, solo quiero enterrarme bajo las sábanas y olvidar que existo. Por suerte, mi cama es tan cómoda que apenas toco el colchón, me hundo en un sueño profundo.
Al día siguiente me levanto antes de que salga el sol. La señora Nadezhda me dejó claro que debía levantarme temprano, y si hay algo que no quiero hacer es darle más razones a Freezer para querer despedirme.
Después de vestirme con el uniforme (que no está nada mal, pero tampoco es como si me encantara verme como una sirvienta sacada de una fantasía perversa), bajo a la cocina.
Una de las criadas, una mujer de unos cuarenta años con rostro amable me da indicaciones rápidas:
—Tienes que preparar el desayuno para los señores y limpiar los platos después.
Asiento sin protestar. No puede ser tan difícil.
Encuentro los ingredientes y me pongo a cocinar. Huevos, tostadas, café… Nada fuera de este mundo. Me concentro en mi tarea, disfrutando del silencio de la cocina, hasta que la puerta se abre.
Instintivamente me giro y ahí está él. Nikolai Volkov, el gemelo carismático, al que le digo el pecador.
Va vestido con una camisa blanca con los primeros botones desabrochados, dejando ver parte de su pecho. La confianza en su andar es alarmante. Este hombre sabe el poder que tiene sobre los demás.
—Buenos días, Eden —dice con una sonrisa ladeada.
«¿Cuándo demonios le dije mi nombre?», Bueno, tampoco es que fuese un secreto de estado, seguramente lo supo cuando me investigó o leyó mi currículo.
Aun así, respondo con amabilidad, como si no notara la forma en la que me analiza de pies a cabeza.
—Buenos días, señor Volkov. Su café ya está listo.
Tomo la taza y la coloco sobre la mesa frente a él, pero cuando voy a soltarla, su mano atrapa la mía. De inmediato mis músculos se tensan. Nikolai habla, pero lo que dice está en ruso, así que no puedo entenderlo.
—¿Qué…? —pregunto. Su tono es bajo y provocador. Bien pudo haberme dicho algo extremadamente vulgar y yo no me entero. Me río con nerviosismo—No hablo ruso —murmuro, sintiéndome como un ratón atrapado en la mirada de un gato hambriento—. ¿Qué dijo?
Sigue sosteniendo mi mano cuando se pone de pie y no deja de mirarme.
—Dije que ese uniforme te queda condenadamente bien.
Oh, joder.
Mi cerebro se queda en blanco por un segundo.
Nikolai es el tipo de hombre que podría convencer a cualquiera de que saltar por un acantilado suena como una buena idea.
Intento soltarme de su agarre y regreso a los platos, enfocándome en lavar como si mi vida dependiera de ello.
Necesito marcar distancia. Este hombre es peligroso. Sé que lo es, lo siento en cada fibra de mi cuerpo, pero Nikolai no parece tener la menor intención de detenerse. De repente, su mano se posa en mi cintura con una seguridad inquietante, como si tuviera derecho a hacerlo. Su tacto me quema la piel a través de la tela y un escalofrío me recorre la espalda, aunque no sé si es por alarma o… por otra cosa.
Su voz baja y aterciopelada se desliza en mi oído como una caricia.
—Nunca me des la espalda, Eden —susurra.
Antes de que pueda reaccionar, me hace girar con un movimiento fluido, obligándome a quedar frente a él, con su pecho a apenas unos centímetros del mío. Mi respiración se entrecorta. Su aroma es una loción masculina que grita peligro. Abro la boca para protestar, pero no me da oportunidad.
Me besa.
No es un roce tímido ni un accidente. Es un beso intenso, demandante, devastador en su descaro. Su boca se mueve con una confianza abrumadora, como si supiera exactamente lo que está haciendo, como si supiera exactamente cómo hacer que me olvide de todo. Mi cuerpo se tensa, pero no lo aparto. No puedo. Mis sentidos estallan en caos, atrapados entre la alarma y una traicionera sensación de deseo.
Su mano en mi cintura se aferra con más fuerza, acercándome a su calor, a su dominio absoluto sobre la situación. Y lo peor de todo es que… me gusta. Me gusta demasiado.
Entonces, de repente, se aparta. Tan rápido como me tomó, me suelta, como si nada hubiera pasado, como si no acabara de dejarme con el corazón desbocado y la mente en blanco.
El sonido de una notificación en su teléfono lo distrae. Toma su café como si nada hubiera pasado, mientras yo sigo en estado de shock. Mi corazón late con fuerza.
Estoy a punto de decir algo, de dejarle en claro que no vine aquí para esto, cuando la puerta se abre de nuevo y entra una mujer hermosa, de cabello rubio y ojos azules. Su rostro es refinado, su ropa cara, su actitud… peligrosa. Camina directo hacia Nikolai y, sin dudarlo, lo besa en la boca.
¿Qué carajos?
—Mi amor —dice ella con voz melosa.
«¿mi amor?». Miro a Nikolai, esperando que por lo menos tenga la decencia de verse avergonzado, pero no. Él solo sonríe con tranquilidad y me mira.
—Eden, te presento a Natasha. Mi esposa.
Mi cerebro explota. ¿Su esposa? Natasha me mira con condescendencia.
—Ah, tú eres la nueva criada.
«Sí, la nueva criada a la que tu esposo acaba de besar en la cocina», pero no voy a decir nada. No voy a meterme en este lío. Además, las reglas que me dijo Dmitry me quedaron bastante claras, “no comentes nada”.
Solo asiento y regreso a lo mío, con el corazón latiéndome con fuerza por una razón completamente diferente ahora.
Definitivamente, Nikolai es un perro, tengo que dejarle en claro que no estoy aquí para ser su juguete.
Unas horas después, pido permiso para salir un rato pues necesito visitar a mi papá. El mayordomo me deja salir sin más problemas.
El hospital está tranquilo cuando llego. Mi padre sigue en cama, pero se ve mejor.
—Papá, ya encontré trabajo —le digo con una sonrisa—. Pronto podré pagar las facturas y te operarán.
Él asiente débilmente. Ojalá pudiera contarle en qué tipo de casa estoy metida. Entonces, la puerta se abre.
—¿Y qué tenemos aquí?
Mi rostro se ilumina.
—¡Johanna!
Mi mejor amiga entra en la habitación con su uniforme de enfermera, sin dudarlo nos abrazamos con fuerza.
—¿Desde cuándo trabajas aquí? —le pregunto emocionada.
—Desde hace un mes. ¿Y tú? ¿Dónde estás trabajando?
Dudo. No quiero decirle toda la verdad.
—Estoy de criada. —Su rostro se frunce.
—¿Criada? ¿En qué casa?
—Eh… en una grande. —Ella entrecierra los ojos.
—Eso suena sospechoso.
—No es nada raro, te lo juro.
Johanna suspira y luego, sin previo aviso, dice:
—Te puedo prestar dinero mientras te pagan el primer mes.
Me quedo en shock.
—¿En serio?
—Sí. No quiero que pases necesidades, y menos con tu papá en esta situación.
La emoción me invade, de inmediato la abrazo con fuerza.
—Gracias, Jo. En serio, gracias.
Hablamos un rato más, pero ella tiene que irse. Me quedo sola en el pasillo planeando volver a la habitación de mi padre cuando lo veo.
Mi corazón se acelera. ¿Qué demonios hace Dmitry Volkov aquí? ¿Freezer?
Se mueve con propósito, como si supiera exactamente a dónde va, algo dentro de mí me dice que debo seguirlo. Así que, sin pensarlo dos veces, lo hago.