El sol se filtraba suavemente por las cortinas, iluminando la habitación con un resplandor dorado. Alanna se desperezó lentamente, sintiendo el calor de la cama aún presente en su piel. Leonardo, aún medio dormido, la atrajo hacia él con una facilidad natural, pero ella no se dejó envolver por su abrazo esta vez.
—Tengo que ir a la casa de los Sinisterra —dijo en voz baja, pero firme.
Leonardo abrió los ojos, su expresión se endureció de inmediato.
—No hay necesidad de que vayas —dijo con firmeza—. Todo lo que necesites, puedo comprártelo nuevo.
Alanna negó con la cabeza mientras se levantaba de la cama y tomaba su bata de seda.
—Quiero traer mis cosas yo misma.
Leonardo frunció el ceño, claramente frustrado.
—¿Para qué regresar a ese lugar?
Alanna sostuvo su mirada sin vacilar.
—Porque hay algo muy importante para mí que debo recoger personalmente.
Leonardo la observó en silencio, intentando leer entre líneas. No le gustaba la idea de verla pisar de nuevo esa casa, pero entendía que