La mañana llegó más rápido de lo que esperaban. En la empresa Sinisterra, el ambiente se sentía tenso, casi enrarecido. Había un aire espeso de ansiedad recorriendo los pasillos. Todos caminaban con prisa, algunos en silencio, otros murmurando con cautela. Nadie quería ser el blanco del mal humor de Alberto, que desde que perdió el control de la empresa había vuelto a su viejo estado irascible, insoportable. Mientras tanto, Miguel caminaba por los pasillos con expresión sombría, aún dolido por las palabras frías y cortantes de Alanna, que la noche anterior le habían dejado claro que no lo consideraba su hermano, sino un traidor más.
Allison, en cambio, parecía más compuesta. Había dormido poco, sí, pero había despertado con una decisión férrea quemándole en el pecho. Estaba harta. Cansada de ver cómo, pese a todos sus intentos, Alanna seguía firme, intocable, fuerte. Como si todo lo que había hecho para destruirla no hubiese servido para nada. Esa seguridad de Alanna la enfurecía. Esa