La mujer bajó los ojos apenas por un instante, pero rápidamente volvió a elevar la mirada, aunque ya no con la misma fuerza.
—Alanna fue una joven difícil —replicó, aferrándose a su argumento—. Llegó con una actitud desafiante, con resistencia a todo tipo de autoridad… Necesitaba estructura. Reencauzamiento. Pero jamás, escúchame bien, jamás se le negó el alimento, el abrigo o el trato digno.
Su tono quería ser seguro, pero la grieta era evidente. Miguel lo notó. El ligero temblor en su voz. El modo en que tragó saliva antes de hablar. El sudor frío que comenzaba a acumularse en la base de su cuello, visible bajo el velo blanco.
Él avanzó un paso más, y la madre superiora retrocedió apenas medio centímetro, lo suficiente para que supiera que le tenía miedo.
—¡No me hables de normas! —la interrumpió, con una furia que le cruzó la garganta como filo—. ¿Normas? ¿Castigar a una adolescente durante meses enteros? ¿Negarle visitas? ¿Quitarle el derecho a hablar? ¡¿ESO FUE UNA NORMA?! ¡¿O UN