La cocina estaba en calma. Era media mañana y el personal de servicio había salido momentáneamente a encargarse de algunas compras. La luz natural se colaba por los ventanales, iluminando la encimera de mármol y la delicada vajilla que aún reposaba sobre la isla central. El ambiente olía a té de manzanilla recién hecho, y un suave aroma a pan tostado flotaba en el aire.
La señora Sinisterra se encontraba allí, sola, preparando una taza para sí misma. Llevaba un suéter ligero y su expresión, aunque serena, delataba el remolino que aún persistía en su interior desde el desayuno. Había aprendido a sonreír en público, a fingir en privado, pero el peso del presentimiento la seguía como una sombra persistente desde la noche anterior.
—¡Mamá! —La voz melosa de Allison la hizo girar de golpe.
Allison entró en la cocina con una sonrisa radiante, su vestido claro flotando detrás de ella, el cabello perfectamente peinado, y la expresión de una hija afectuosa, casi infantil.
—Te estuve buscando —