La puerta principal se cerró con un leve chasquido. Las luces de la entrada estaban apagadas, y apenas el zumbido del refrigerador y el tic-tac lejano del reloj del pasillo llenaban el silencio de la casa Sinisterra.
La señora Sinisterra se quitó lentamente el abrigo, lo colgó en el perchero y avanzó por el recibidor con pasos controlados. Revisó su reloj: pasaban las diez y media de la noche. A juzgar por la quietud del ambiente, asumió que todos dormían. O eso creyó.
Apenas subió el primer escalón de la escalera principal, exhaló con discreción. Su pecho, tenso desde la conversación con Alanna, seguía agitado.
Mientras cruzaba discretamente el pasillo superior, no se percató del leve destello de un celular desde una habitación entreabierta.
Allison había recibido la llamada minutos antes. La pantalla brilló con el nombre del contacto que había contratado para vigilar a Alanna, pero que por “eficiencia”, también se encargaba de monitorear ciertos movimientos dentro del círculo famil