La tarde caía con lentitud sobre la casa Sinisterra, envolviendo cada rincón en una penumbra dorada que poco a poco se desdibujaba. A pesar del silencio aparente, el ambiente estaba cargado, denso, como si las paredes mismas supieran que algo estaba a punto de estallar.
En una de las habitaciones del segundo piso, Allison caminaba de un lado a otro. Había cerrado la puerta con seguro, pero no había bajado la voz. Estaba demasiado alterada. Su celular vibraba en su mano, y al contestar, su tono cambió por completo.
—Quiero que la vigilen. Día y noche. No quiero excusas.
Pausa.
—Sí, Alanna Sinisterra. Mi encantadora hermana —escupió el apellido como si le ardiera en la lengua—. Quiero un seguimiento completo: a qué hora entra, a qué hora sale, con quién habla, si cambia sus rutinas, si recibe visitas, si se divierte con Leonardo… ¡todo!
Caminaba de espaldas a la puerta mientras su tono se volvía más agudo, más venenoso.
—No podemos actuar en falso. Necesitamos el momento preciso. Solo a