El reloj marcaba las 10:00 a.m. cuando la sala de reuniones principal de la empresa Sinisterra comenzó a llenarse.
Uno a uno, los directivos fueron entrando con carpetas en mano, algunos con expresiones neutrales, otros con una marcada tensión en el rostro. La noticia de la llegada de una nueva directora se había esparcido como pólvora, y aunque pocos sabían su identidad exacta, todos esperaban algo… diferente. Lo que no esperaban, era ver entrar a Alanna Sinisterra Salvatore.
Vestida con un traje sobrio pero elegante, el cabello recogido con pulcritud y la mirada firme, Alanna se adelantó por el pasillo central de la mesa de reuniones con la serenidad de quien sabe exactamente quién es y lo que viene a hacer. Pero por dentro, su corazón golpeaba con fuerza contra sus costillas. Era inevitable: volver a esta empresa, con ese apellido impreso en cada pared, era como caminar entre brasas. Su apellido… el mismo que había sido su condena.
Las miradas la siguieron en silencio. Algunos empl