El sonido metálico de la cerradura girando resonó con fuerza en la silenciosa sala. Alanna, que estaba sentada en uno de los sofás con un libro abierto en las manos, alzó la vista con el ceño fruncido. Miró el reloj sobre la chimenea: apenas habían pasado unas pocas horas desde que Leonardo había salido rumbo a la empresa. Era inusual que regresara tan temprano… más aún en medio de una semana tan cargada de reuniones y decisiones empresariales importantes.
Sintió una leve punzada de inquietud mientras se levantaba. La puerta se abrió con lentitud y Leonardo apareció, arrastrando los pies con una expresión que, aunque intentaba ser neutra, dejaba entrever el cansancio que cargaba en los hombros.
—¿Leonardo? —preguntó Alanna, caminando hacia él—. ¿Qué pasó? ¿Estás bien?
Leonardo cerró la puerta con suavidad y se quedó un momento allí, detenido, como si necesitara recuperar el aliento emocional antes de responder. Tenía el saco arrugado en una mano, la corbata desanudada, y los primeros