Leonardo giró lentamente, como si ya supiera que esa pregunta llegaría tarde o temprano. Su rostro, usualmente tan impenetrable, ahora parecía más humano, más cansado... más sincero.
—Alanna —dijo con voz baja pero firme—. Necesito que te sientes a mi lado.
Ella frunció levemente el ceño, sorprendida por la petición. Dudó por un segundo, pero se acercó. Se sentó al borde de la cama, con el cuerpo rígido, alerta, como quien se prepara para una verdad que podría doler más que una mentira.
Él se sentó junto a ella. No la tocó.
La miró de perfil, con el corazón latiéndole en la garganta.
—Antes de decirte nada, necesito que recuerdes esto —comenzó, y su voz se quebró apenas—: yo te amo. Más que a mi vida. Más de lo que alguna vez pensé que podría amar a alguien. Y sé que no merezco que me creas... pero es la única verdad limpia que tengo para darte.
Alanna tragó saliva. No respondió. Solo esperó.
La habitación seguía en penumbras, apenas iluminada por la luz plateada que se filtraba a tra