El sonido del agua al caer era constante, como una sinfonía triste que llenaba el baño. El vapor envolvía cada rincón, formando una niebla espesa que borraba los contornos del espejo y hacía desaparecer el presente, como si el tiempo se disolviera con cada gota que tocaba el suelo.
Alanna estaba ahí, en medio de esa bruma, con la frente apoyada contra la pared de cerámica. El agua caliente descendía por su espalda, por sus hombros, como si quisiera lavar algo más que su cuerpo. Pero no podía. No esa noche.
Su respiración era lenta, pesada. Sus pensamientos, una maraña densa y afilada.
Había sido un día largo.
Un día que había removido secretos que dormían bajo capas de silencio, y que ahora despertaban con fuerza brutal. Su madre, la misma que durante años la había despreciado en silencio, la había mirado a los ojos con lágrimas verdaderas. Le había pedido perdón. Le había confesado cosas que nunca imaginó oír. Cosas que la descolocaban, que removían su alma, que la dejaban sin alient