El sonido de los pasos de Leonardo retumbaba con fuerza sobre el mármol del vestíbulo principal de la empresa Salvatore Entreprise. Era temprano, demasiado temprano incluso para él, pero había salido de casa con el impulso de recuperar lo que estaba perdiendo. La noche anterior había sido un desastre. Alanna se había encerrado en sí misma, con esa mirada ausente que lo hería más que cualquier reproche. No había gritos, no había discusiones… pero el silencio entre ellos era tan estruendoso que lo sentía romperle el pecho.Subió directo al piso ejecutivo. Saludó con una mueca seca a los empleados que ya rondaban por los pasillos, y se dirigió a la oficina que compartía con Alanna en los últimos meses. Abrió la puerta, esperando encontrarla como siempre: leyendo informes, corrigiendo propuestas, fingiendo normalidad entre las ruinas.Pero el asiento estaba vacío.La lámpara de su escritorio apagada.Ni una taza de café, ni el olor de su perfume flotando en el aire como solía.—¿Dónde est
La noche ya había caído sobre la ciudad, envolviendo la mansión Salvatore en un silencio pesado. El reloj marcaba las diez cuando se escuchó el leve crujido de la puerta principal. Las luces cálidas del vestíbulo apenas alcanzaban a iluminar la silueta de Alanna, que entró con movimientos pausados, el rostro casi oculto por el cabello suelto y el gesto impenetrable.Había sido un día largo. No por las horas, sino por todo lo que cargaba dentro. Y aunque su cuerpo le pedía descanso, su alma seguía inquieta.Leonardo estaba en el salón, sentado en uno de los sofás con una copa de vino intacta entre los dedos. Llevaba esperando horas, repasando cada minuto desde que ella se fue. Su teléfono seguía en la mesa, abierto en la última llamada no respondida: Alanna. La misma que no contestó ni un solo mensaje durante todo el día.Apenas escuchó la puerta, se puso de pie.—¿Dónde estabas? —preguntó desde la penumbra, sin necesidad de levantar la voz.Alanna se detuvo en seco. Tragó saliva antes
La mañana era gris y húmeda, como si el cielo también llevara dentro un nudo imposible de tragar. Alanna se bajó del coche con paso firme, el abrigo entallado a su cuerpo, el rostro impecablemente maquillado y una mirada que cortaba el aire.Llevaba días acumulando silencio, masticando respuestas que no había dado, conteniéndose de romper o gritar. Pero hoy, por primera vez en mucho tiempo, no se sentía víctima. Sentía el poder de su apellido, de su posición, de su propia fuerza. Estaba cansada de que la midieran con ojos ajenos. Cansada de las dobles caras.Cruzó el vestíbulo de la empresa Salvatore sin saludar a nadie. Su presencia era suficiente. Las recepcionistas bajaron la vista, y hasta el ruido de las teclas parecía detenerse cuando pasó.El ascensor subió lento. “Mantente serena. Mantente firme. No más debilidad delante de nadie.”Cuando las puertas se abrieron en el piso ejecutivo, el inconfundible taconeo de Alexa se escuchó al fondo. Alanna avanzó con calma, pero con autor
Después, los documentos: transferencias repetidas a una misma cuenta, en montos discretos pero constantes. Empresas inexistentes. Y finalmente, una grabación de una conversación captada en el pasillo donde ambas mujeres comentaban que “todo se limpiaría con ayuda de nuestra amiga, como siempre”.—¿Qué significa esto? —preguntó Leonardo, frunciendo el ceño.—Significa —respondió Alanna, con voz templada— que hay dinero de esta empresa que ha sido desviado durante meses. Que estas dos mujeres —señaló sin titubear— han robado con total descaro. Y lo más grave, bajo la aparente protección de alguien muy cercana al área administrativa.Alexa palideció.—¿Estás insinuando algo, Alanna? —dijo con una risa nerviosa—. ¿O solo estás lanzando acusaciones sin fundamentos?—Insinuar, no. Estoy mostrando pruebas —dijo Alanna con la mirada fija—. Pero sí tengo claro algo: no puedo probar que tú estás detrás de esto, Alexa. No por ahora.Camila y Helena comenzaron a balbucear, pero Leonardo levantó u
La mansión Salvatore dormía bajo un silencio espeso. Los pasillos oscuros, iluminados apenas por la luz cálida de las lámparas de pared, parecían susurrar secretos entre las sombras. Leonardo, sentado en uno de los sofás del salón principal, aún llevaba puesta la camisa blanca de la oficina, aunque los primeros botones ya estaban desabrochados. Su mirada estaba perdida en el vacío mientras sostenía un vaso de whisky entre los dedos.No podía dejar de pensar en el comportamiento de Alanna. Su frialdad. Su evasión. El silencio que ahora parecía haberse instalado entre ellos como un muro impenetrable. Se había marchado sin avisarle, y regresado igual de distante, con los ojos apagados y la voz seca.Subió las escaleras arrastrando los pies, sin entender por qué se sentía tan… inquieto. Alanna ya estaba en la habitación, pero no lo había esperado para acostarse. El sonido del agua corriendo en la ducha llegaba desde el baño, interrumpiendo la quietud del cuarto.Leonardo entró sin hacer r
La noche envolvía la mansión Sinisterra en un silencio casi sepulcral. La brisa suave hacía crujir las ventanas de madera antigua, y la luna, escondida entre nubes densas, apenas se asomaba para iluminar el jardín.En su amplia habitación, la señora Sinisterra se removía entre las sábanas de satén, incapaz de conciliar el sueño. El rostro de Alanna, distante, frío, herido… la perseguía con cada parpadeo. No era la primera noche que no lograba dormir, pero aquella tenía un peso diferente, como si el aire estuviera cargado de un presentimiento que le apretaba el pecho.Suspiró, miró el reloj. Las agujas marcaban las 3:17 a.m. Cerró los ojos, forzándose a dormir.Y entonces… comenzó la pesadilla.Estaba en un pasillo largo, oscuro, con paredes húmedas y frías como piedra. Escuchaba un eco, pasos descalzos, y el sollozo de una niña. Avanzó con temor, guiada solo por la voz que suplicaba ayuda. Sus manos temblaban, su respiración se aceleraba. Y al girar la esquina, la vio.Alanna.Su hija
La majestuosa mansión Salvatore brillaba tenuemente bajo los últimos rayos del sol que se desvanecían. Un silencio solemne reinaba en su interior, roto solo por el murmullo del viento entre los árboles del jardín. Pero algo estaba a punto de irrumpir esa aparente paz.Una elegante limusina negra se detuvo en la entrada. De ella bajó la señora Sinisterra, vestida de manera impecable, pero con los ojos visiblemente hinchados por el llanto contenido. Caminó con pasos temblorosos hasta la gran puerta principal, apretando contra su pecho un pañuelo arrugado que ya había empapado con sus lágrimas más de una vez.Cuando la mamá de llaves, le abrió la puerta, quedó sorprendida.—Señora Sinisterra... ¿La esperaban?—No —dijo ella en voz baja—. Solo... por favor, dile a Alanna que estoy aquí. Que necesito hablar con ella.La ama de llaves dudó, pero asintió. Subió rápidamente a avisar. Alanna, que estaba en la biblioteca revisando documentos, alzó una ceja al oír el nombre.—¿Mi madre? ¿Aquí?B
La mañana se consumía lentamente entre los cristales empañados del salón. Alanna se había mantenido en silencio desde que su madre, la señora Sinisterra, llegó esa mañana. No hablaron más allá de lo estrictamente necesario. La señora Sinisterra, por su parte, parecía caminar por la mansión como una intrusa que no se atrevía a respirar sin permiso.Pero al atardecer, cuando el cielo se tiñó de un rojo intenso, la señora Sinisterra pidió hablar en privado con Alanna en la biblioteca. Había algo en su voz temblorosa que encendió una alerta en Alanna, pero la acompañó sin emitir juicio.La biblioteca olía a madera antigua, cuero y papel gastado. Su madre se sentó frente al escritorio, con un pequeño cofre de terciopelo púrpura sobre el regazo. Sus manos, delicadas y arrugadas, temblaban al sujetarlo.—Desde que llegué esta mañana, supe que algo dentro de mí debía cambiar —comenzó—. Tal vez no recupere nunca tu confianza, Alanna, pero... quiero hacer lo que debí haber hecho desde hace much