Alanna tomó aire, cerró los ojos un instante y luego los volvió a abrir, fijándolos en los de él.
—Toda mi vida aprendí a esconder lo que sentía —su voz salió baja, pero firme—. A fingir que nada me afectaba, porque cada vez que lo mostraba… me lo arrebataban.
Las palabras le dolían en la garganta, como si se resistieran a salir.
—Me acostumbré a no esperar nada de nadie. A no confiar. A no permitirme querer demasiado.
Leonardo la escuchaba sin interrumpir, su expresión era indescifrable, pero sus ojos… sus ojos reflejaban algo más. Algo profundo, algo que la hacía sentir vulnerable, pero no de una manera que la asustara.
Por primera vez en su vida, sintió que podía hablar y que alguien realmente la estaba escuchando.
—Pero contigo… —Alanna tragó saliva, su pecho subía y bajaba con fuerza—. Contigo nunca ha sido fácil fingir.
Se mordió el labio, desviando la mirada, pero Leonardo extendió una mano y le acarició la mejilla con la yema de los dedos, obligándola a volver a mirarlo.
Ese g