El frío de la noche golpeó el rostro de Alanna cuando logró salir de la mansión.
Su mirada desesperada se clavó en la figura de Leonardo, quien caminaba con paso decidido hacia su coche, ignorando sus llamados, sin detenerse, sin siquiera voltear.
—¡Leonardo! ¡Por favor, escúchame! —gritó, su voz quebrada por la angustia.
Pero él no se inmutó.
Alanna corrió tras él, sintiendo que el tiempo se le escapaba de las manos. Su vestido largo se enredaba en sus piernas, sus tacones hacían que cada paso fuera una batalla, pero no le importaba.
Tenía que alcanzarlo.
—¡Leonardo, detente! —rogó, pero el sonido del motor encendiéndose ahogó su súplica.
Con el corazón en la garganta, se apresuró a dar un último paso… pero no vio la irregularidad en el suelo.
Un solo tropiezo bastó.
Sus tacones resbalaron, su equilibrio se perdió en un instante y su cuerpo cayó de rodillas sobre el frío pavimento. Sus manos intentaron amortiguar el golpe, pero el impacto la dejó aturdida, su respiración entrecortada