El silencio se hizo pesado en la biblioteca.
Allison sonrió con malicia y, con un gesto teatral, señaló hacia la puerta.
—Si no me creen a mí —dijo con una sonrisa venenosa—, entonces tal vez escuchen a alguien cuya palabra no puede ser cuestionada.
Los invitados intercambiaron miradas expectantes. Miguel Sinisterra cruzó los brazos con expresión severa, mientras su madre, la señora Sinisterra, observaba con una mezcla de incomodidad y tristeza.
Entonces, una figura vestida de negro avanzó con paso firme entre los invitados. La luz de la biblioteca iluminó su rostro severo, sus ojos fríos y su porte rígido.
Alanna sintió un nudo en el estómago.
La hermana Beatriz.
Una de las monjas más antiguas y respetadas del convento… y la que más disfrutó hacerle la vida imposible.
Allison sonrió al verla detenerse junto a ella.
—Hermana Beatriz —dijo con un tono dulce y falso—, por favor, dígale a todos la verdad sobre mi hermana.
La monja inclinó ligeramente la cabeza y luego dirigió su mirada g