La señora Sinisterra cerró la puerta de su habitación con lentitud, como si el simple acto de cruzar aquel umbral marcara el fin de una era y el inicio de otra. El silencio del lugar era abrumador, pero en ese momento, ella lo agradeció. Necesitaba esa pausa, ese respiro entre tantas verdades hirientes, para procesar todo lo que su corazón aún se negaba a entender.
Se acercó al vestidor y dejó caer lentamente el abrigo sobre una silla. Luego, como si sus movimientos fueran dirigidos por la costumbre más que por la conciencia, se dirigió al baño. Abrió la ducha, dejó correr el agua y se quitó la ropa con manos temblorosas. Quería aliviar el peso de su alma, aunque fuera por unos minutos, aunque fuera solo bajo la calidez de un baño refrescante.
El vapor comenzó a llenar el ambiente mientras ella cerraba los ojos y se dejaba envolver por el agua que descendía sobre su espalda. Por un instante, dejó que su mente vagara, sin rumbo, hasta que, inevitablemente, se detuvo en un nombre: Alann