La puerta principal se abrió de golpe. El sonido retumbó por toda la mansión, anunciando la llegada de Leonardo con una intensidad que hizo que los pocos empleados en la casa se encogieran. Su rostro estaba endurecido, sus ojos oscuros brillaban con una furia contenida, y sus pasos eran pesados, casi amenazantes.
Alanna, que se encontraba en la sala leyendo un libro, levantó la vista de inmediato. No necesitó más que una mirada para saber que algo estaba mal. Leonardo estaba molesto. No, más que molesto. Estaba furioso.
Se puso de pie con cautela, dejando el libro sobre la mesa.
—Leonardo…
Él pasó de largo sin responder, quitándose la chaqueta con movimientos bruscos y lanzándola sobre un sillón sin preocuparse por la manera en que caía. Sus hombros estaban tensos, su mandíbula apretada.
Alanna lo siguió hasta el salón contiguo, donde él se sirvió un vaso de whisky sin siquiera mirarla.
—¿Qué sucede? —preguntó con suavidad, acercándose un poco más.
Leonardo llevó el vaso a sus labios