Lucia
Todavía es temprano.
Demasiado temprano para que un vestido de novia ya haya encontrado el camino hacia mi piel.
Demasiado temprano para que un perfume demasiado dulce me envuelva como una mentira.
Pero el día está aquí.
Y yo también.
Estoy sentada, erguida, casi inmóvil, frente al tocador.
La luz estría la habitación como un escalpelo. Demasiado blanca. Demasiado franca.
Nada de suave. Nada de difuso.
Un día perfecto para no sentir nada.
Un día perfecto para desvanecerse, limpiamente.
— ¿No quieres atarte el cabello?
La voz, detrás de mí, es suave.
Pero corta.
Me pertenece a medias.
Y un poco más que eso, hoy.
Amina.
Ella está aquí. Se ha atrevido.
No la he llamado.
Pero ha venido.
Con su silencio, su calma, sus manos que aún saben cómo no herir.
No sé cómo obtuvo el permiso.
Quizás no pidió nada.
Quizás simplemente cruzó los umbrales, uno a uno, sin disculparse.
Ella pasa detrás de mí, en un movimiento fluido.
No toca de inmedi