Michel
Me creyeron debilitado.
Miraron mis silencios como confesiones. Mis retrocesos como capitulaciones. Mi soledad como una debilidad.
Pero olvidaron una cosa esencial. Una cosa que no se enseña en los círculos del poder porque no se aprende: soy el hijo del fuego.
No el de las hogueras espectaculares, no el de las cóleras que consumen y se disipan.
No. Soy el fuego subterráneo. El que arde en brasas. El que espera.
El que destruye todo sin hacer ruido.
La sangre que corre por mis venas no necesita explotar para imponerse. Bastó, en otro tiempo, que hablara en voz baja para que ciudades enteras se callaran. Bastó que girara la cabeza para que se enterraran nombres.
Y hoy, porque dejé que la sombra me rodeara, piensan que me he extinguido.
Olvidaron quién les permitió existir tanto tiempo.
Me veo en esa oficina hace unos años, el día de la muerte de mi padre. Era más joven. Más instintivo. Pero mis ojos ya eran los de un animal que no perdona. Ese día, los mismos hombres me coronaro