Matteo
— Es hora.
Las palabras son simples. Casi tranquilas. Pero en la boca de Salvo, incluso una caricia puede matar.
Le respondo con una mirada. Nada más.
Sabemos exactamente lo que tenemos que hacer. Michel no ha dado ninguna orden explícita. Nunca la necesita. Cuando nos llama, es porque ha llegado la hora.
No es un llamado a asesinato.
Es un recordatorio del orden.
Bajamos las escaleras del ala sur de la sede, el paso regular, preciso, casi religioso. Abajo, el aire es más frío, más denso. Siempre hay algo en el sótano de nuestras estructuras: la historia, los gritos pasados, los nombres borrados. Este lugar huele a disciplina y miedo.
En el almacén, los archivos están listos. Tres nombres. Tres advertencias ignoradas.
Gianni Marenko. Habló con la prensa. Un susurro en un micrófono mal colocado.
Luis Cardoni. Intentó negociar su silencio por un puesto más alto.
Paolo Messina. Simplemente se rió demasiado fuerte de un mal chiste.
Se han olvidado.
No es a Michel a quien traicionan