Capítulo: Una mentira

Armyn abrió lentamente los ojos, como si despertara de un sueño demasiado pesado, demasiado real para ser solo un sueño.

Su cuerpo dolía, cada músculo parecía recordar la forma en que el Alfa la tocó la noche anterior, pero a la vez una satisfacción extraña, casi peligrosa, la recorría de pies a cabeza.

Su pecho subía y bajaba con respiraciones profundas, su corazón aún latía con fuerza, como si se negara a calmarse.

A su lado, el Alfa Riven dormía profundamente. Su rostro endurecido incluso en el descanso, sus cejas fruncidas como si hasta en sueños cargara con la rabia de mil tormentas.

Lo abrazaba aún, inconsciente de que su toque pesaba sobre ella como una marca, como un sello invisible que la ataba más de lo que quería admitir.

Armyn lo observó por un instante, con la garganta apretada y un torbellino de dudas golpeándole las sienes.

Se incorporó despacio, con movimientos cuidadosos, temiendo despertarlo.

Se vistió rápido, cubriendo cada parte de su piel como si intentara borrar lo que había sucedido, aunque sabía que eso era imposible.

Nada podía borrar lo que habían compartido esa noche. Nada podía deshacer ese lazo, ese apareamiento.

Mientras ajustaba sus ropas, sus pensamientos se volvían más ruidosos que el propio silencio de la habitación.

¿Qué pasaría mañana? ¿Cambiaría algo entre ellos? ¿Sería cierto lo que tantas veces había escuchado de los lobos emparejados, que el vínculo podía volverlos leales, que el odio se disolvía en amor?

¿O acaso todo era una ilusión?

Porque en los ojos de Riven ella nunca había visto ternura, nunca había visto compasión.

Solo rabia, solo ese odio salvaje que quemaba como brasas encendidas.

El corazón de Armyn palpitaba con fuerza, entonces escuchó el crujido de la puerta abrirse.

Se quedó petrificada, sin aire en los pulmones, mirando hacia la entrada. Allí estaba ella.

Tena.

El silencio se volvió insoportable. La mujer la miró primero a los ojos y luego hacia la cama, donde el Alfa aún reposaba. Lo entendió todo en un segundo.

Su rostro se transformó en un gesto de furia y dolor mezclados.

Avanzó hacia ella con pasos lentos, pero cada uno de esos pasos pesaba como un golpe directo al pecho de Armyn.

—¿Crees que ganaste, omega maldita? —exclamó, aunque su voz fue apenas un susurro envenenado.

Armyn dio un paso atrás, pero no había a dónde huir. Sintió un escalofrío recorrerle la espalda, un instinto de alarma que no supo descifrar del todo… hasta que lo vio.

Tena reveló una daga brillante, con un movimiento tan rápido y decidido que por un instante el tiempo pareció detenerse.

El aire se escapó de los pulmones de Armyn. Su mente gritaba peligro, su cuerpo pedía correr, pero sus pies se quedaron clavados en el suelo.

En un segundo, creyó que esa hoja iba a atravesarle la carne. Y lo temió, lo temió con una fuerza que le hizo temblar los dedos.

Pero Tena no dudó.

La daga descendió… no contra Armyn, sino contra sí misma.

Eso fue brutal, el filo entrando en su propio vientre.

Armyn gritó, su garganta quebrándose.

La vio tambalear, sus ojos llenarse de un dolor insoportable, y sin pensar corrió hacia ella, intentando detener la sangre que brotaba con rapidez.

—¡No, no, no…! —jadeaba, presionando con las manos, aterrada—. ¡Tena, detente!

El chillido que Tena lanzó hizo eco en las paredes, un grito desgarrador que atravesó cada rincón de la habitación.

Y ese sonido fue suficiente para despertar al Alfa.

Riven se levantó de un salto, sus instintos alertas, su mirada ardiendo de furia.

—¡Alfa Riven! —gimió Tena, con voz rota, llevándose la mano ensangrentada al vientre—. ¡Sálveme! ¡¿Por qué me hace daño, Luna?! ¡Es el hijo del Alfa! ¡Su hijo!

Armyn se quedó helada. La daga, la sangre, las palabras de Tena… todo formaba un rompecabezas que la acusaba de algo que no había hecho.

—¡No! —exclamó desesperada, con lágrimas asomando a sus ojos—. ¡No fui yo… yo no lo hice!

Pero su voz sonó débil, ahogada entre el caos.

Riven se vistió en un abrir y cerrar de ojos, apenas cubriéndose con el pantalón.

Corrió hacia Tena, levantándola en brazos con un cuidado que a Armyn nunca le había mostrado.

Los guardias irrumpieron con fuerza, seguidos por empleadas y por Luna Phoebe.

—¡Traigan al doctor, ahora mismo! —rugió Riven, su voz temblando de rabia.

La sangre empapaba las manos de Armyn, pero nadie lo vio. Todos solo vieron lo que Tena había dicho.

—¡Fue ella! —gritó Tena con un hilo de voz, mirando hacia Armyn con falsa agonía—. ¡Luna Armyn quiere matar a mi hijo!

El golpe llegó antes de que pudiera reaccionar.

Luna Phoebe la abofeteó con una fuerza que la lanzó contra el suelo.

El ardor le quemó la mejilla, pero dolía más la acusación en sus palabras.

—¡Maldita! —escupió, con los ojos llenos de odio—. ¡Si mi nieto muere, tú también morirás! ¡No solo me quitaste a mi pareja, ahora quieres arrebatarme a mi nieto!

El corazón de Armyn se rompía en mil pedazos.

Lágrimas calientes descendían por su rostro mientras miraba a todos alrededor: guardias, criadas, Luna Phoebe, incluso Riven.

Ninguno creía en ella. Todos la miraban con repulsión, como si fuera un monstruo.

Cayó de rodillas, intentando acercarse a Riven, buscando al menos un gesto de compasión.

—Riven… yo no lo hice… por favor, créeme…

Pero él se giró de golpe, y su mano se cerró con fuerza sobre el cuello de ella, cortándole la respiración.

Sus ojos brillaban con una furia descomunal, más cruel que nunca.

—Reza a la Diosa Luna porque el cachorro no muera —gruñó, su voz era un filo mortal—, porque si algo le sucede, juro que no te alcanzará la vida para pagar lo que has hecho.

Soltó su cuello con desprecio y miró a los guardias.

—¡Llévenla al calabozo! —ordenó con tono helado—. Sin mi voz no podrá comer, ni beber, ni morir.

Los guardias la tomaron con brutalidad, arrastrándola lejos de la habitación.

Armyn sollozaba, sin fuerzas para luchar, mientras su corazón se hacía pedazos.

Todo lo que había creído posible esa mañana —un cambio, un futuro, un poco de amor— se había convertido en una pesadilla.

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