La llegada a la manada Ígnea estuvo cargada de tensión. Los guerreros formaron un círculo protector alrededor del hibrimorfo capturado, empujándolo con rudeza hacia el sótano subterráneo.
Las antorchas encendidas iluminaban el corredor de piedra, proyectando sombras que parecían moverse al ritmo del miedo del traidor.
Lo arrojaron al suelo, encadenado, y un gruñido escapó de sus labios mientras trataba de incorporarse. Fue entonces cuando Armyn apareció en la entrada del sótano. No necesitó anunciarse: su sola presencia hizo que todos los lobos se cuadraran con respeto.
La Reina Alfa descendió los escalones con paso firme, sus ojos encendidos con ese brillo dorado que intimidaba incluso a los más valientes.
El hibrimorfo la observó con una sonrisa torcida.
—Si de verdad eres la Reina Alfa de Ígnea… entonces tarde o temprano serás la hembra destinada para mi Alfa. —Escupió sangre a un lado—. No podrás evitarlo. Por las buenas o por las malas, serás la Luna de los hibrimorfos.
Un gruñido