Armyn logró empujarlo con un movimiento brusco, casi instintivo.
Después tomó la toalla que estaba sobre el borde de la tina y se cubrió el cuerpo mientras lo miraba con furia contenida.
—¿Qué haces aquí? —escupió con desdén.
Riven, aun respirando agitado por la carrera, levantó las manos en un gesto desesperado.
—¡Armyn, pensé que estabas herida! El olor a sangre… y el ruido… creí que, no soportaba perderte, por eso vine a buscarte.
Él rodó los ojos con fastidio, cortando cualquier intento de preocupación.
—¿Cómo si de verdad te importara tanto? —gruñó—. Escúchame bien: no vengas a hacerte el mártir ni vengas fingiendo que significo algo para ti. No te quiero aquí. No ahora. No nunca.
Un gruñido profundo resonó en la garganta de Armyn.
Su lobo estaba a flor de piel, hambriento de poner límites.
Y antes de que Riven pudiera acercarse más, los guardias irrumpieron en la habitación con rapidez.
Cinco lobos alfa entraron, listos para contener al hombre que alguna vez había liderado con o