Armyn sintió cómo una oleada de energía emergía desde lo más profundo de su loba interior; era una fuerza cálida, antigua, como si miles de generaciones de Lunas sanadoras hablaran a través de ella.
Esa energía fluyó por sus brazos, recorrió su pecho y salió disparada hacia el cuerpo inerte del Alfa Riven, extendiéndose como una luz pálida que llenó la habitación.
Entonces, él despertó.
Los ojos del Alfa se abrieron de golpe, como si hubiera emergido de un abismo helado.
Su lobo respiró a través de él, un suspiro profundo que erizó la piel de Armyn. Sus miradas chocaron, intensas, instintivas, como si en un segundo volvieran a reconocerse.
Riven, aún débil, alzó la mano temblorosa y acunó el rostro de Armyn con una devoción que ella no esperaba ver jamás en él.
—Armyn… tú… tú me salvaste —murmuró, con la voz rota, como si admitirlo le arrancara parte del orgullo.
Antes de que ella pudiera reaccionar, él la atrajo y la besó.
El contacto fue explosivo.
Armyn sintió cómo la electricidad l