Riven dio un paso hacia ella con esa determinación feroz que solo un Alfa en pleno celo podía mostrar. Armyn sintió cómo el aire a su alrededor cambiaba, volviéndose espeso, impregnado de ese olor salvaje que la hacía perder el control. Intentó resistirlo, intentó ser fuerte, pero era inútil.
La atracción era como un imán irresistible que la llamaba a él, y su cuerpo respondía de maneras que no podía ignorar.
—¡Riven! ¡Aléjate! —exclamó, empujándolo con toda la fuerza que su loba le permitía. Él cayó al suelo, sorprendido por su reacción, pero no por mucho tiempo.
Riven no se rindió. No podía.
El celo que lo consumía era demasiado fuerte; la estaba olfateando, la estaba sintiendo en cada fibra de su ser. Se levantó en un instante, sus ojos dorados brillando como fuego líquido, y sin darle tiempo a huir, la levantó en brazos con una facilidad asombrosa.
Armyn soltó un jadeo, más de impacto que de miedo.
Sabía que cualquiera en ese hotel podía sentir el aura del Alfa desbordarse como una