95.
Corría hacia donde estaba Artemisa con el corazón en la mano. Muchas cosas habían pasado esa mañana que me habían dejado bastante alterada: no solo la discusión — entre comillas — con Valentín, sino también la idea de tener que detener a Mordor. Ella era una mujer mayor, con experiencia. Tal vez sabría qué decirme.
Así que, cuando me senté a su lado, la abracé. Genuina y poderosamente la abracé, y ella me devolvió el abrazo.
— Ay, mi amor — me dijo mientras me acariciaba el cabello.
Casi me echo a llorar en su hombro, pero me contuve. Así que lancé un profundo suspiro y luego me aparté un poco para mirarla a la cara. Fue entonces la primera vez que la percibí como lo que era: como mi madre. Porque era mi madre, ¿no? Sí, lo era. Podía sentirlo. Podía sentir que Artemisa era parte de mí, más de lo que alguna vez en la vida llegué a sentir que Elena lo era.
— Estoy asustada — le dije.
Ella me acarició delicadamente las mejillas.
— Mi dulce niña… ¿Qué es lo que te preocupa?
Yo me v