18.

— Tendrá que pasar por encima de mi cadáver el que quiera la cabeza de mi hija — repitió Bastián.

Pude notar cómo todos se tensaron al momento, cómo la atmósfera se hizo tan espesa que, casi literalmente, los copos de nieve se detuvieron en el aire. Todos guardamos silencio. Entonces mi madre — o la que alguna vez creí que era mi madre — levantó su afilado dedo hacia mí, señalándome.

— Quiero que traigan su cabeza — ordenó con un tono de voz firme que no daba espacio a la negativa.

Y entonces vi cómo Mael levantó la cabeza, como si esperara una orden, pero los lobos que saltaron hacia el frente no alcanzaron a escucharla. Todos se transformaron en ese momento. Pude escuchar cómo los huesos crujían, cómo el sonido de las telas al rasgarse llenó el aire. Una mano fuerte se afianzó a mi muñeca y me tiró hacia atrás. Era Artemisa, que me guiaba para protegerme de la batalla. Ambos alfas transformados se lanzaron uno frente a otro. Pude ver cómo la pelea se formó. Pude ver cómo blancos pe
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