17.
Cuando estaba en el palacio, el abrigo me parecía que conservaba muy bien el calor, pero afuera, en la tormenta eterna, pude notar todo lo contrario. Era tan intenso aquel frío que mis dientes comenzaron a castañetear solo una hora después. A pesar de que el cuerpo del Alfa despedía bastante calor corporal, yo comenzaba a sentir que los dedos entumecidos ya no eran lo suficientemente fuertes como para aferrarme a su blanco pelaje.
Artemisa volteó a mirar hacia atrás.
— ¿Estás bien? — me preguntó. Apenas pude oírla con el viento golpeando nuestros rostros, pero asentí.
— Sí, estoy bien — le dije.
De reojo pude ver el lobo de Valentín, pero no quise mirarlo. Ni siquiera cuando me levanté en la mañana y lo vi afuera quise verlo a la cara. ¿Era eso lo que pretendía? ¿Acaso estaba coqueteando conmigo?
Él había sido muy claro. Habló sobre las parejas destinadas, y también Bastian me había hablado sobre que algún día yo gobernaría Flagela. Apreté con fuerza el pelaje del Alfa. ¿Acaso lo es