160.

Desplegué todo mi poder del hielo. Lo dejé fluir con rabia, con desesperación. Un millar de espinas salieron volando en dirección al vampiro. Yo sabía que tal vez no era suficiente, pero tenía que intentarlo. Todas las espinas golpearon en él. Pude ver cómo rebotaron en su dura piel, pero algunas lograron perforarlo. Pude ver la sangre roja y brillante que escapó de él. Pero con sus alas se cubrió, y la piel membranosa hizo que rebotaran el resto de las espinas.

Continué levantando mis manos y lanzando hacia él todo tipo de armas: bolas de hielo llenas de púas, lancé espinas, flechas, mientras él trataba de defenderse de mis ataques. Parecía que el suero, aunque no lo afectaba lo suficiente, lograba debilitarlo un poco. Con el corazón latiendo con fuerza y con aquella irremediable sensación presionando en mi pecho, lancé con ambas manos una ventisca que golpeó al vampiro en el pecho con fuerza y lo lanzó varios metros hacia atrás.

—¡Maldita! —gritó Mordor, golpeando con una de sus ala
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