155.
Me quedé ahí, observándola, sin creer, sin querer creer las palabras en el estado que dedicaba. ¿Podía ser verdad? ¿Podía confiar en ella realmente? No lo sé, era difícil, era muy difícil. Podía estar intentando manipularme; de hecho, tal vez era lo que estaba haciendo en ese momento. Y no podía negar que, en realidad, estaba funcionando, estaba manipulando. Porque estaba creyendo en sus palabras, porque podía ver en su rostro destellos de mi amiga, por debajo de aquel cuerpo perfecto, de aquella fortaleza.
Hizo una señal muy extraña con los dedos, con ambas manos. Fue rápida y fugaz, como el vuelo de un murciélago. Entonces entendí que esa era la seña que le había asignado a Mordor. Luego leí sus palabras:
—Mordor cometió un error —comenzó a contar—. Su veneno es tan poderoso que ya puedes ver en qué convierte a los humanos. Él los llama mente colmena: todos tienen un solo pensamiento, como si fuesen uno solo, y obedecen ciegamente sus órdenes. Los humanos que quieren unirse a su lis