145.

Estaba ahí, tan hermoso, precioso, con su cabello despeinado, el torso desnudo y sus manos abiertas para recibirme. No lo dudé un solo instante en lanzarme a sus brazos, en sentir la calidez de su cuerpo contra el mío. Estaba ahí. No era una mentira. Cuando sus fuertes brazos apretaron mi cuerpo contra el suyo, apoyé mis manos en su espalda y las apreté, arañé despacio su piel como si no pudiera creer que aquella ilusión era real.

Cuando me aparté, mis ojos estaban llenos de lágrimas. Ismael me dio un profundo beso en los labios. Despacio, pero profundo. Y yo sentí que se me iba la vida y el alma en aquel beso. Ya había desaparecido todo lo demás a mi alrededor. Ni siquiera me había percatado de quién más había llegado con Ismael. Lo único que me importó fue que él estuviera ahí. Ahí, para mí. Había cumplido su promesa, seguramente. Y si no, no me importaba. Lo único que me importaba era que estaba ahí conmigo, que me estaba abrazando, que ya nada iba a volver a separarnos.

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