146.

—Claro —dijo Ismael—. Eso tiene muchísimo sentido.

Sirius se puso de pie, caminó hasta donde estaba la cabrita, la tomó entre sus brazos y la llevó hasta donde estaba Ismael, dejándola sobre su regazo. Ismael levantó las manos en el aire, como si tuviera miedo de tocarla, pero luego la acarició despacio.

—Es escalofriante —dijo—. No es como una cabra normal. Se ve diferente.

—Es porque tu madre la hizo así… Bueno, la cabrita ya había nacido —le conté mientras rascaba detrás de la oreja del pequeño animal, y ella nos miraba fijamente—. Me lo dijo en una visión que tuve cuando me caí en un río. Por cierto, casi me muero.

Ismael abrió los ojos, pero yo continué mi historia:

—Me dijo que solamente la vida puede sustentar algo eterno. Luego, tuve una visión cuando la cabrita hizo apartar la tormenta. Vi cómo la creó. Intentó sustentar la tormenta eterna en un libro, en el libro que Salomón me dio, con las anécdotas de la portadora del hielo, de la gente del bosque. Pero lo cierto es que no
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