139.

La cabrita comenzó a recorrer el lugar como un gato curioso. Todos los presentes la observaron entrecerrando sus rojos ojos. Uno de los transformistas se inclinó hacia ella y estiró su mano. La cabrita pareció olfatearlo, pero luego perdió rápidamente el interés en él y siguió explorando el nuevo lugar. Seguramente era extraño para ella; había pasado al menos unos veinte años durmiendo sobre aquel mullido colchón hecho de algodón en la habitación de aquella cabaña, y ahora al fin había podido salir a explorar el mundo.

—Sigo sin comprender —dijo uno de los líderes de los aquelarres—. ¿El corazón de la tormenta eterna? —preguntó, y yo asentí.

—Así como lo está escuchando, señor Zoro —le dije. Tuve que hacer un poco de esfuerzo para poder recordar su nombre—. Lo cierto es que Johanna creó la tormenta eterna, pero algo tan poderoso no podía sustentarse en un objeto inanimado. Ella misma lo dijo en una de las visiones que tuve con ella: solamente algo con vida puede sustentar algo eterno.
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