Al fin, lejos de las miradas indiscretas y del alboroto familiar, se refugiaron en una habitación apartada. El aire era denso, cargado de tensión. Abril apenas respiraba, sabiendo que cualquier palabra mal dicha podía encender una tormenta. Pero fue Rebeca quien rompió el silencio, clavando los ojos como dagas en el rostro de la joven.
—¡Dios mío! —exclamó, dando un paso al frente—. ¡Ella… ella es Abril Villalpando! ¡La esposa de Gregorio Villalpando! ¿Qué significa esto, Amadeo? ¡¿Acaso estás teniendo una aventura con la mujer de otro hombre?!
Un murmullo helado recorrió la estancia. Amancio frunció el ceño, desconcertado, mirando a su hijo con creciente desconfianza. Pero Amadeo… Amadeo se limitó a sonreír, sereno, firme, como si nada pudiera romper su determinación.
—Yo no soy amante de nadie —dijo con voz grave, su mirada posada en Abril—. Ella será mi esposa.
La declaración cayó como una bomba. Abril asintió, con la voz temblorosa pero decidida:
—Estoy por divorciarme de Gregorio.