En el hospital…
La luz blanca del techo le dolía en los ojos. El zumbido de las máquinas y el perfume estéril del alcohol la envolvían como una manta áspera.
Jessica parpadeó lentamente, aún desorientada… hasta que recordó.
Su mano fue directa al vientre.
—¡¿Mi bebé?! —gritó con un hilo de voz quebrado por el miedo.
Gregorio se inclinó sobre ella, con el rostro sombrío pero los ojos suaves.
—Está bien. Está a salvo.
Un sollozo salió de lo más profundo del pecho de Jessica. Lágrimas tibias rodaron por sus mejillas mientras se aferraba al borde de la sábana con fuerza.
—Mi hijo… Gracias, gracias a Dios…
Pero la dulzura de ese momento se desvaneció tan pronto como él se apartó. Algo oscuro ardía en sus ojos, como una tormenta contenida demasiado tiempo.
—¿Por qué mentiste, Jessica? —Su voz era grave, dolida, apenas un susurro que parecía retumbar en las paredes del cuarto—. Dijiste que me salvaste la vida. Me lo repetiste tantas veces. ¡Pero no fue así! ¡Mentiste!
Jessica lo miró, pálida,