Abril necesitaba aire.
El salón era demasiado cerrado, demasiado lleno de sonrisas hipócritas, perfumes costosos y palabras vacías.
Salió hacia el jardín, donde la piscina honda, y con agua cristalina, decoraba, el viento era fresco, hacía un poco de frío, pero la noche era bella, y ella estaba buscando un poco de paz.
El aire nocturno era fresco, la luna llena reinaba en lo alto como una testigo silenciosa, y las estrellas titilaban sobre el espejo de agua turquesa.
Respiró hondo.
Pero entonces… una punzada aguda atravesó su estómago.
Náuseas.
Se sostuvo de la baranda y bebió agua de una copa que había traído consigo.
Cerró los ojos, intentando calmarse.
Y al abrirlos… lo vio del otro extremo de la piscina, era él, inconfundible y atractivo, sexy como un demonio tentador, y elegante.
Amadeo.
Estaba al otro lado de pie, como si nada le importaba, sin saber que ella estaba ahí con náuseas por su causa, con ese gesto arrogante, y sensual, como si el mundo entero le perteneciera.
El mis