Amadeo quedó paralizado.
El aire se le volvió espeso, y por un instante su cuerpo no respondió.
Veía a Dora llorando frente a él, con las manos en el vientre y los ojos llenos de lágrimas.
Un escalofrío le recorrió la espalda. Era como si esa mujer hubiese conseguido exactamente lo que quería: sembrar el caos en su matrimonio.
Amadeo no la escuchó más, no le importaron sus sollozos ni sus palabras quebradas.
Giró sobre sus pasos con la desesperación de un hombre que estaba a punto de perderlo todo y salió corriendo tras su esposa.
Abril caminaba por el pasillo con pasos temblorosos, su respiración agitada y descompuesta, como si en cada inhalación se le escapara un pedazo de alma.
Apenas cruzó la esquina, las fuerzas la abandonaron. Se dejó caer contra la pared fría, aferrándose al mármol como si ese contacto pudiera sostenerla.
Su cuerpo entero temblaba, y entonces, al fin, las lágrimas que había contenido con tanto esfuerzo se derramaron sin control.
Se cubrió el rostro con ambas m