—¿Qué te pasa? —preguntó Amancio, con el ceño fruncido, sintiendo que algo denso, como una nube negra, se instalaba en la habitación.
Los ojos de Ricardo como brasas encendidas, llenos de ira y orgullo herido.
—Sé lo que hiciste —su voz era un látigo que cortaba el aire—. Sé que intentaste arruinar a Amadeo. Antes me negaba a creerlo… pero ahora sé que es verdad.
Amadeo dio un paso al frente, la voz cargada de furia.
—¡Él no fue! —gritó con toda la fuerza de su pecho.
Amancio se volvió hacia él, confundido, con la mirada entre incredulidad y esperanza.
—¿Qué has dicho? —su voz se quebró por un instante—. Dímelo… ¿De qué estás hablando?
Amadeo lo sostuvo con la mirada, con el dolor de quien se atreve a destapar una verdad que duele.
—Benjamín miente —dijo, cada palabra como un golpe seco—. Ricardo no tuvo nada que ver con el cambio de ADN. Si quieres encontrar al verdadero culpable… —su voz se volvió un filo helado— entonces mira al lado de tu cama.
El silencio cayó como un peso insopo