—Yo… no he tenido nada que ver, Abril —la voz de Ricardo temblaba, tratando de defenderse, pero sonaba débil, como un niño atrapado en su propia mentira.
Los ojos de Abril se volvieron severos, tan fríos que parecían capaces de congelar el aire a su alrededor. Su mirada era un rayo directo al alma de aquel hombre que durante tanto tiempo había sembrado dudas y dolor.
Rebeca y Ernestina, que hasta ese momento habían estado conteniendo la respiración, finalmente se calmaron, aunque la tensión seguía palpándose en cada rincón de la habitación.
—¡Cobarde! —explotó Abril con una furia contenida durante demasiado tiempo—. —Y con un movimiento rápido y firme, lo empujó con toda la fuerza que pudo, haciendo que Ricardo cayera de bruces al suelo—. ¡Vete y no te atrevas a aparecer ante mí nunca más! ¿Sabes cuándo voy a perdonarte? —su voz era un filo cortante— Tal vez cuando vuelvas a nacer… pero ahora, ¡lárgate de mi vida para siempre!
Amadeo observó la escena con una sonrisa satisfecha y llen