En la habitación contigua, Emma y el guardaespaldas de su madre se encontraban sumidos en el placer, dejándose llevar por una pasión desbordada que los envolvía, entregándose al deseo de dos amantes clandestinos. Sus sombras se reflejaban en la pared escenificando lo sórdido de aquel encuentro sexual. Franco sujetaba con ambas manos su cadera, mientras su polla entraba y salía con precisión y fuerza dentro de Emma. Ella en tanto, se aferraba a las sábanas de seda, mientras con gemidos cortos y ahogados se deleitaba escuchando el leve sonido emitido por el choque de sus pieles cuando sus nalgas eran percutidas por la pelvis de Franco cada vez que entraba o salía dentro de ella. La pelirrubia se incorporó quedando de rodillas, mientras el guardaespaldas la rodeaba con sus brazos, manoseando sus pechos pequeños y firmes y penetrándola con fiereza. Segundos antes de correrse en su interior, sacó su polla y dejó que sus fluidos se deslizaran sobre la orilla del colchón. Agitado por
Rápidamente, la información sobre la aparición de Liliana llegó a los oídos de Elena, quien sonrió satisfecha con la eficiente actuación de su guardaespaldas. Sin darle mucha espera a aquel segundo encuentro con su nuera, Elena fue hasta la habitación de la pelinegra. Movió el picaporte y sin anunciarse, entró a la recámara de forma inesperada. Liliana, quien en ese preciso instante, se estaba midiendo uno de los vestidos que la sirvienta le llevó, dio un paso hacia atrás al ver que se trataba de Elena Fiorini. —¿Qué hace aquí? —preguntó sosteniendo la parte alta del vestido y cubriendo su pecho. — ¿Quién le dio permiso para entrar de esa manera? Elena dejó escapar una carcajada siniestra y breve. Inmediatamente recuperó el gesto de seriedad y la actitud gélida que la caracterizaban. —Es mi casa, son mis reglas y soy yo quién dice que se hace y que no en ella. —aseveró, acercándose a Liliana con una actitud desafiante. Continuó diciendo:— ¡Soy la única que pueda entrar y
La puerta se abrió lentamente, la silueta de un hombre se dejó ver en medio de la oscuridad. Entró con sumo cuidado de no despertarla, verla así tan vulnerable resultó un poco difícil para él. Dejó sobre la cómoda la bandeja con el jarrón de agua y un plato con varios trozos de pizza. Sus pechos estaban semi descubiertos, y aunque deseaba acariciarla, se retrajo. No podía dejar que ella viese su lado débil. Tomó la sábana con suavidad y cubrió su cuerpo. Con la punta de sus dedos rozó su hombro y ella pareció despertarse, pero sólo se giró de lado. Liliana estaba tan agotada por el viaje y el cansancio que se quedó profundamente dormida luego de su altercado con Elena Fiorini. El hombre salió sigilosamente antes de que la pelinegra pudiese despertar y notar su presencia dentro de la recámara. La mañana siguiente, cuando despertó, vio sobre la cómoda la jarra con agua. Sedienta, se levantó de la cama con rapidez, tomó la jarra y bebió directamente de ésta. Sintió el líquido humed
El abogado tomó del interior de su maletín, el abre carta y abrió el sobre amarillo. Los sellos externos eran la evidencia de un documento legalizado y notariado por los organismos legales. Todos miraban con detenimiento cada movimiento del abogado, ansiosos por conocer el contenido del testamento de Enzo Fiorini. El abogado, con un movimiento firme abrió su maletín de cuero, sacó el sobre amarillo. Los sellos, aún brillantes, mostraban la autenticidad del documento y su legalidad incuestionable. Buscó entre los papeles el elegante abrecartas de plata, sus dedos se cerraron sobre el filoso instrumento y con un deliberado gesto, abrió el sobre amarillo. El silencio en la habitación era denso, sólo se rompió con el crujir del papel al ser abierto. Liliana sintió un nudo en la garganta, posiblemente igual al que sintieron el resto de los presentes. A diferencia de los Fiorini, ella no quería estar en ese lugar, no tenía interés en el contenido de aquel sobre. Ellos, en tanto parecí
Alessandro se dirigió hacia la sala principal, los pensamientos se arremolinaban en su cabeza como torbellino mientras el resentimiento contra su hermano crecía con rapidez. Lanzando improperios que escapaban de su boca como dardos envenenados dirigidos a quien había traicionado su confianza. Se acercó al área del bar, tomó un vaso y se sirvió un trago de licor seco, bebiéndolo de un solo sorbo con la desesperación de alguien que busca ahogar no solo su ira, sino también su impotencia. —¿Cómo pudo dejarle todo a su mujer? ¿Cómo? Maldita sea —Golpeó el mueble de madera pulida. Elena, salió detrás de él encontrándose con su guardaespaldas, quien al verla —Señora —dijo el guardaespaldas al ver la forma intempestiva en la que Alessandro salió de la habitación—. Yo iré con él. —¡No! —exclamó con fiereza— Tú quédate aquí y vigila al maldito abogado y a la mujercita esa. No puede salir de este lugar sin mi consentimiento, ¿me entendiste? —ordenó y el guardaespaldas asintió.Elena co
En tanto, en la biblioteca, Liliana tomó el sobre entre sus manos. Mientras Emma miraba con curiosidad lo que podía estar oculto en aquel pequeño envoltorio.—Bien, creo que es hora de retirarme —informó el abogado, tomando el maletín en su mano y se dispuso a salir. Justo en ese momento, Elena regresó a la oficina. El abogado se topó de frente con ella y dio un par de pasos hacia atrás.—Veo que ya te retiras, Estefano. —dijo con voz calmada.—Sí, así es Elena. Tengo otros asuntos que resolver. —respondió con severidad.Elena dirigió la mirada hacia su hija y su nuera. Con un movimiento de cabeza le indicó a la pelirrubia que debían salir.—Ve y acompaña a Liliana a su habitación, querida. Tengo un asunto que conversar con Estefano.Emma asintió y le cedió el paso a Liliana, quien mantuvo la carpeta con el documento pegado a su pecho, ocultando debajo de éste el sobre, resguardándolo como si se tratase del más preciado tesoro.Al salir de la habitación, el guardaespaldas las custodió
Liliana metió la mano dentro del sobre con suavidad, extrajo el pendrive negro del que le había platicado el abogado. Siguió revisando y encontró un papel doblado, lo tomó y desdobló, sintiendo ansiedad por lo que pronto descubriría. Era una segunda carta de Enzo o quizás la continuación de la anterior, pensó. Respiró profundamente antes de comenzar a leerla. Sólo el saber que era de él ya provocaba en ella una serie de emociones diversas: alegría y tristeza, miedo y dolor por su ausencia. —Querida Liliana —leyó en voz alta.— Sé que debes estar haciéndote infinidad de preguntas sobre lo que está ocurriendo y también sé que no estás preparada para esto. Mas, comenzaré diciéndote que no soy quien pensaste que era todo este tiempo, te mentí y lo hice porque desde el primer momento en que te vi, me embrujaste no sólo con tu mirada, sino con tu sencillez. Eso realmente me cautivó de ti. Sin darme cuenta me fui enamorando aun sabiendo que no era yo el mejor hombre, no el que tú merecía
Liliana salió de la habitación y se dirigió a la biblioteca, mientras se dirigía hacia allá en busca de una PC para revisar la información grabada en el pendrive, se encontró en las escaleras con el guardaespaldas. —¿A dónde se dirige Sra Santos? —preguntó Franco en un tono más leve al usual.—Necesito un computador —respondió con firmeza. —Bien, en su habitación tiene uno para su uso. —indicó. —No he revisado esa habitación —contestó. —Esa no es su habitación, Sra Santos. —dijo y ella frunció el entrecejo.— A partir de hoy será aquella —señaló al final del pasillo, justo frente a la habitación de Alessandro. —¿Allí? —preguntó algo confundida. —Sí. El Sr Enzo lo dispuso antes de… —Guardó silencio. —Entonces lléveme hasta allá. —ordenó.—En seguida señora. —El guardaespaldas terminó de subir y se dirigió con ella hasta la habitación. Por primera vez, el guardaespaldas caminó delante de ella, abrió la puerta y se encendieron las luces de forma automática. Liliana quedó