Ella y él, solos.

—Vámonos —le dijo, él tomándole la mano.

Ella no se movió del lugar.

—¡Joder! —exclamó y ella se volvió a mirarlo— Vamos.

En ese momento, ella pareció reaccionar y sin mirar atrás corrieron por el angosto pasillo hasta llegar a la salida de emergencia.

Alessandro tiró de la puerta y ella salió hasta afuera, sintiendo la brisa fría recorrerla por completo. Estaba semi desnuda.

Afuera, el auto de Alessandro esperaba con el motor encendido, como si todo hubiese sido previsto. Él abrió la puerta, y ella entró sin preguntar.

Mientras el coche se alejaba del bar, Enrico Castello permanecía dentro, sentado, aguardando por su guardaespaldas y la mujer que había prometido –a sí mismo– que llevaría esa noche a su cama.

En medio del pasillo, aún aturdido por el golpe que lo dejó sin respirar, el guardaespaldas se levantó y regresó al salón donde estaba su jefe. Desde la puerta lo miró con nerviosismo, sabía que lo que iba a decirle lo haría enfurecer.

—Se la llevó jefe. Era él, Ales
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