En la habitación contigua, Emma y el guardaespaldas de su madre se encontraban sumidos en el placer, dejándose llevar por una pasión desbordada que los envolvía, entregándose al deseo de dos amantes clandestinos. Sus sombras se reflejaban en la pared escenificando lo sórdido de aquel encuentro sexual.
Franco sujetaba con ambas manos su cadera, mientras su polla entraba y salía con precisión y fuerza dentro de Emma. Ella en tanto, se aferraba a las sábanas de seda, mientras con gemidos cortos y ahogados se deleitaba escuchando el leve sonido emitido por el choque de sus pieles cuando sus nalgas eran percutidas por la pelvis de Franco cada vez que entraba o salía dentro de ella.
La pelirrubia se incorporó quedando de rodillas, mientras el guardaespaldas la rodeaba con sus brazos, manoseando sus pechos pequeños y firmes y penetrándola con fiereza.
Segundos antes de correrse en su interior, sacó su polla y dejó que sus fluidos se deslizaran sobre la orilla del colchón. Agitado por