—¡Alessandro! —susurró entre dientes, incrédula de lo que estaba sucediendo.
—No digas nada, —murmuró él con firmeza, mientras acicalaba su cuerpo contra el de ella de forma provocadora—. Solo sigue mi juego.
Liliana tragó saliva. Aunque pudo negarse, se dejó arrastrar por sus emociones. permitió que la danza continuara. Él tomó su mano, la hizo girar suavemente, como si aquello siempre hubiera formado parte de la coreografía.
Los aplausos, que ya menguaban, regresaron con fuerza ante aquel giro inesperado.
Enrico Castello no aplaudió, se quedó con los ojos entrecerrados, observando e intentando adivinar quién era ese intruso y por qué la mujer que había elegido para esa noche, se rendía tan dócilmente en sus brazos.
El sonido de I wanna be yours de Artic Monkey comenzó a sonar y Alessandro la sujetó por la cintura, marcando territorio. Su tacto era firme, posesivo, como si su mano tuviera memoria de su piel. Mientras ella permanecía de pie frente a él, vio como él descendía fre