La puerta se abrió lentamente, la silueta de un hombre se dejó ver en medio de la oscuridad. Entró con sumo cuidado de no despertarla, verla así tan vulnerable resultó un poco difícil para él. Dejó sobre la cómoda la bandeja con el jarrón de agua y un plato con varios trozos de pizza. Sus pechos estaban semi descubiertos, y aunque deseaba acariciarla, se retrajo. No podía dejar que ella viese su lado débil. Tomó la sábana con suavidad y cubrió su cuerpo. Con la punta de sus dedos rozó su hombro y ella pareció despertarse, pero sólo se giró de lado. Liliana estaba tan agotada por el viaje y el cansancio que se quedó profundamente dormida luego de su altercado con Elena Fiorini. El hombre salió sigilosamente antes de que la pelinegra pudiese despertar y notar su presencia dentro de la recámara. La mañana siguiente, cuando despertó, vio sobre la cómoda la jarra con agua. Sedienta, se levantó de la cama con rapidez, tomó la jarra y bebió directamente de ésta. Sintió el líquido humed
El abogado tomó del interior de su maletín, el abre carta y abrió el sobre amarillo. Los sellos externos eran la evidencia de un documento legalizado y notariado por los organismos legales. Todos miraban con detenimiento cada movimiento del abogado, ansiosos por conocer el contenido del testamento de Enzo Fiorini. El abogado, con un movimiento firme abrió su maletín de cuero, sacó el sobre amarillo. Los sellos, aún brillantes, mostraban la autenticidad del documento y su legalidad incuestionable. Buscó entre los papeles el elegante abrecartas de plata, sus dedos se cerraron sobre el filoso instrumento y con un deliberado gesto, abrió el sobre amarillo. El silencio en la habitación era denso, sólo se rompió con el crujir del papel al ser abierto. Liliana sintió un nudo en la garganta, posiblemente igual al que sintieron el resto de los presentes. A diferencia de los Fiorini, ella no quería estar en ese lugar, no tenía interés en el contenido de aquel sobre. Ellos, en tanto parecí
Alessandro se dirigió hacia la sala principal, los pensamientos se arremolinaban en su cabeza como torbellino mientras el resentimiento contra su hermano crecía con rapidez. Lanzando improperios que escapaban de su boca como dardos envenenados dirigidos a quien había traicionado su confianza. Se acercó al área del bar, tomó un vaso y se sirvió un trago de licor seco, bebiéndolo de un solo sorbo con la desesperación de alguien que busca ahogar no solo su ira, sino también su impotencia. —¿Cómo pudo dejarle todo a su mujer? ¿Cómo? Maldita sea —Golpeó el mueble de madera pulida. Elena, salió detrás de él encontrándose con su guardaespaldas, quien al verla —Señora —dijo el guardaespaldas al ver la forma intempestiva en la que Alessandro salió de la habitación—. Yo iré con él. —¡No! —exclamó con fiereza— Tú quédate aquí y vigila al maldito abogado y a la mujercita esa. No puede salir de este lugar sin mi consentimiento, ¿me entendiste? —ordenó y el guardaespaldas asintió.Elena co
En tanto, en la biblioteca, Liliana tomó el sobre entre sus manos. Mientras Emma miraba con curiosidad lo que podía estar oculto en aquel pequeño envoltorio.—Bien, creo que es hora de retirarme —informó el abogado, tomando el maletín en su mano y se dispuso a salir. Justo en ese momento, Elena regresó a la oficina. El abogado se topó de frente con ella y dio un par de pasos hacia atrás.—Veo que ya te retiras, Estefano. —dijo con voz calmada.—Sí, así es Elena. Tengo otros asuntos que resolver. —respondió con severidad.Elena dirigió la mirada hacia su hija y su nuera. Con un movimiento de cabeza le indicó a la pelirrubia que debían salir.—Ve y acompaña a Liliana a su habitación, querida. Tengo un asunto que conversar con Estefano.Emma asintió y le cedió el paso a Liliana, quien mantuvo la carpeta con el documento pegado a su pecho, ocultando debajo de éste el sobre, resguardándolo como si se tratase del más preciado tesoro.Al salir de la habitación, el guardaespaldas las custodió
Liliana metió la mano dentro del sobre con suavidad, extrajo el pendrive negro del que le había platicado el abogado. Siguió revisando y encontró un papel doblado, lo tomó y desdobló, sintiendo ansiedad por lo que pronto descubriría. Era una segunda carta de Enzo o quizás la continuación de la anterior, pensó. Respiró profundamente antes de comenzar a leerla. Sólo el saber que era de él ya provocaba en ella una serie de emociones diversas: alegría y tristeza, miedo y dolor por su ausencia. —Querida Liliana —leyó en voz alta.— Sé que debes estar haciéndote infinidad de preguntas sobre lo que está ocurriendo y también sé que no estás preparada para esto. Mas, comenzaré diciéndote que no soy quien pensaste que era todo este tiempo, te mentí y lo hice porque desde el primer momento en que te vi, me embrujaste no sólo con tu mirada, sino con tu sencillez. Eso realmente me cautivó de ti. Sin darme cuenta me fui enamorando aun sabiendo que no era yo el mejor hombre, no el que tú merecía
Liliana salió de la habitación y se dirigió a la biblioteca, mientras se dirigía hacia allá en busca de una PC para revisar la información grabada en el pendrive, se encontró en las escaleras con el guardaespaldas. —¿A dónde se dirige Sra Santos? —preguntó Franco en un tono más leve al usual.—Necesito un computador —respondió con firmeza. —Bien, en su habitación tiene uno para su uso. —indicó. —No he revisado esa habitación —contestó. —Esa no es su habitación, Sra Santos. —dijo y ella frunció el entrecejo.— A partir de hoy será aquella —señaló al final del pasillo, justo frente a la habitación de Alessandro. —¿Allí? —preguntó algo confundida. —Sí. El Sr Enzo lo dispuso antes de… —Guardó silencio. —Entonces lléveme hasta allá. —ordenó.—En seguida señora. —El guardaespaldas terminó de subir y se dirigió con ella hasta la habitación. Por primera vez, el guardaespaldas caminó delante de ella, abrió la puerta y se encendieron las luces de forma automática. Liliana quedó
Mientras Liliana decidía sobre su nueva vida. A unos cuantos kilómetros de ella, Nicollò Mastrofilipo se encontraba reunido con uno de su consigliere. —¿Qué crees que hará, ahora? —preguntó. —Posiblemente huya, es una mujer. No será una rival para mí. —respondió con suficiencia. —No deberías subestimarla. Si fuese tan tonta, Enzo Fiorini no la habría dejado en su lugar. —Esa fue una estupidez, producto de su venganza contra su hermano menor, prefirió dejar a una mujer que saber que Alessandro ocuparía su lugar. —soltó una carcajada mientras fumaba su habano. —Esperemos que sea eso y no una trampa de los Fiorini. —Estoy seguro de que no habrá nada que temer, no hay nada tan sencillo como doblegar a una mujer, un ramo de rosas y unos cuantos halagos serán suficientes para conquistarla. El consigliere sonrió levemente. A diferencia de su jefe, no se sentía tan seguro de su hipótesis. Aunque Enzo era un hombre arrogante y excesivamente autosuficiente, no era para nada tonto.
Su corazón comenzó a latir con rapidez, caminó cuidadosamente hacia la habitación cuando sintió una mano cubriendo su boca y lanzó un grito ahogado dejando caer la toalla al piso. Sintió como la otra mano de aquel intruso la rodeaba por la cintura presionando su cuerpo contra su virilidad. —¡Shhh! —susurró a su oído. Liliana podía escuchar los latidos de su pecho resonando en su interior— voy a soltarte, pero no grites —advirtió y lentamente descubrió su boca, mientras la hacia girar de frente hacia él. Acto seguido, Liliana inició un grito que fue callado por los labios de Alessandro cubriendo los suyos con un apasionado beso. Aunque ella intentó resistirse experimentó una rara necesidad de someterse a sus instintos sexuales. Repentinamente y tal como ocurrió la noche anterior en la habitación de su cuñado, este se apartó abruptamente de ella dejándola aturdida y visiblemente perturbada. Con el reverso de su mano limpió sus labios.—¿Ves lo que me haces, hacer? —replicó en u