Rápidamente, la información sobre la aparición de Liliana llegó a los oídos de Elena, quien sonrió satisfecha con la eficiente actuación de su guardaespaldas.
Sin darle mucha espera a aquel segundo encuentro con su nuera, Elena fue hasta la habitación de la pelinegra. Movió el picaporte y sin anunciarse, entró a la recámara de forma inesperada.
Liliana, quien en ese preciso instante, se estaba midiendo uno de los vestidos que la sirvienta le llevó, dio un paso hacia atrás al ver que se trataba de Elena Fiorini.
—¿Qué hace aquí? —preguntó sosteniendo la parte alta del vestido y cubriendo su pecho. — ¿Quién le dio permiso para entrar de esa manera?
Elena dejó escapar una carcajada siniestra y breve. Inmediatamente recuperó el gesto de seriedad y la actitud gélida que la caracterizaban.
—Es mi casa, son mis reglas y soy yo quién dice que se hace y que no en ella. —aseveró, acercándose a Liliana con una actitud desafiante. Continuó diciendo:— ¡Soy la única que pueda entrar y