—Gracias —dijo Karem mostrando una sonrisa, mientras ella y Liliana se dirigían hacia la biblioteca.— Fue un gesto lindo de tu parte.
—No tienes nada que agradecerme, Karem. La madre de Enzo me odia, y sé que si no decía que eras mi amiga, se luciría humillándote. Ahora, aunque tampoco le agrades, tendrá que tragarse sus comentarios. —contestó Liliana, elevando sus hombros.
—Joder! Jamás pensé que te escucharía hablar de ese modo —bromeó—. Te sienta bien el cargo de jefa.
—No es nada fácil, pero poco a poco he tenido que aprender a defenderme de esa arpía. Desde que llegué a Sicilia quiso hacerme la vida imposible, pero la lectura del testamento lo cambió todo. Eso se lo debo a Enzo —dijo con un dejo de tristeza en su rostro.
Liliana abrió la puerta de la biblioteca, y los ojos de Karem se llenaron de asombro al ver lo impactante de aquel lugar.
—¿Y esta es tu discreta oficina? —preguntó con sarcasmo.
—¡Sí! Es espectacular, ¿no crees? —dijo la pelinegra mientras Karem se pasea