Capítulo 32. La Dulce Trampa de la Pasión.
La noche había caído, cubriéndolo todo con su manto de terciopelo, y la mansión, que antes era un laberinto de secretos y mentiras, se había transformado para Maya.
Ya no era una prisionera en su ala. Había cruzado la frontera invisible. Se había mudado a la imponente suite de Elliot.
La habitación era un reflejo de su dueño: oscura y minimalista, con unas vistas a la ciudad que prometían un sinfín de posibilidades.
El silencio era total, solo roto por el susurro de las sábanas de seda y el eco de sus jadeos. Habían pasado toda la noche haciendo el amor con una pasión arrolladora que borraba los límites entre la farsa y la realidad.
Elliot era un amante tan ardiente como su carácter. Sus manos se movían con una seguridad que la volvía loca, su boca exploraba cada centímetro de su piel y sus roncas palabras le susurraban deseos que jamás se habría atrevido a imaginar.
Y Maya, la chica reservada y profesional, se había convertido en su alumna más entregada. Era una aprendiz inteligente.